jueves, 16 de octubre de 2008




..."Es la hora de liarse la manta a la cabeza, abandonar todas las creencias e ilusiones que nos garantizan la seguridad de vivir en este mundo. La seguridad en esta sociedad no son más que unas vallas que nos protegen de… ¿de qué? ¿os habéis parado a pensar alguna vez de qué nos protege la Seguridad que nos ofrecen? ¿De qué debemos tener miedo? Las seguridades nos protegen de nosotros mismos, es a nosotros a los que las vallas no dejan salir, y no a los demás a los que no deja entrar. Nos impiden desbordarnos de lo que está permitido. Son nuestra propia policía que nos vigila en nuestro arresto domiciliario. Te pudres en ti mismo, te adormilas y te aburres, con la seguridad de que vas a seguir viviendo, es decir, tu corazón va a seguir latiendo. ¿Y los demás? ¿y los sueños? ¿y los deseos? ¿y las emociones? ¿la pasión?.Todo eso está ahí, al otro lado de la valla. Abandonad las seguridades, lo único que hacen es atar, y lanzaos a la emocionante experiencia de vivir sin normas, sin amos, sin roles. Experimentad.Queremos vivir y experimentar YA, no a medio ni largo plazo. La idea de la revolución como proceso está muy bien, pero no podemos esperar. Necesitamos mejorar nuestro vivir, queremos una forma más intensa de vida, y por eso queremos crear momentos para vivir intensamente. Queremos insurrecciones, sublevaciones, revueltas, la tensión del conflicto abierto. No nos vale tener simplemente el sueño de una revolución, preferimos el sueño y la utopía de un momento en insurrección. La sublevación es una reapropiación, una verdadera ruptura con la monotonía de la vida cotidiana, una verdadera ruptura con las normas sociales, una verdadera ruptura con los roles que a cada momento de la vida debemos adoptar. El momento en sublevación rompe los horarios, el tiempo, que deja de ser una tiranía lineal, para pasar a ser un desorden de momentos vividos intensamente. Sabemos que una insurrección no va a cambiar el mundo, pero sí creemos que puede transformar nuestra vida.Porque se trata de cambiar el mundo, pero también se trata de transformar la vida. No estamos interesados en ninguna revolución que no eleve nuestra calidad de vida. No nos interesa un mundo, por muy libre y justo que sea, si la vida es igual de aburrida, tediosa, monótona, racional y mediocre que la que hay ahora.Abogamos por crear la revolución que nunca triunfe."...

lunes, 6 de octubre de 2008

Destruyamos El Trabajo


El trabajo es el argumento que se repite en todos los periódicos, conferencias, debates políticos e incluso en artículos y panfletos escritos por compañeros. Las grandes preguntas que se plantean son: ¿cómo hacer frente a la desocupación creciente? ¿cómo volver a dar un sentido a la profesionalidad laboral penalizada por la actual reestructuración capitalista? ¿cómo hallar caminos alternativos al trabajo tradicional? ¿es posible el reparto del trabajo?.
La sociedad postindustrial ha resuelto el problema de la desocupación, al menos dentro de ciertos límites, dislocando la fuerza laboral hacia sectores más flexibles, fácilmente maniobrables y controlables. Ahora, en la realidad de los hechos, la amenaza social de la desocupación creciente es más teórica que práctica y es utilizada como arma política para disuadir a amplias capas de población de intentar direcciones organizativas que pongan en discusión las actuales directrices económicas. En la actualidad, siendo el trabajo mucho más controlable, precisamente en su forma cualificada, pegada al puesto de trabajo, se insiste sobre la necesidad de dar trabajo a la gente, por eso de reducir la desocupación. No porque ésta constituya un peligro en sí, sino más bien al contrario, porque el peligro podría venir de la misma experiencia de flexibilidad ahora ya hecha indispensable en las organizaciones productivas. El haber sustraído una identidad social que precisa el trabajador lleva a posibles consecuencias disgregativas que hacen más difícil el control. Del mismo modo, los intereses de formación profesional en su conjunto no permiten una formación de alto nivel, al menos no para la mayoría de los trabajadores. Se ha sustituido pues la pasada petición de profesionalidad por la actual de flexibilidad, es decir, de adaptabilidad a tareas laborales en constante modificación, a pesar de una empresa a otra; en suma, a una vida cambiante en función de las necesidades de los patronos. Desde la escuela se programa ahora esta adaptabilidad, evitando suministrar los elementos culturales de carácter institucional que una vez constituían el bagaje técnico mínimo sobre el cual el mundo del trabajo construía la profesionalidad. Esta ahora se reduce a unos pocos millares de personas que son preparadas en los másters universitarios, algunas veces a expensas de las mismas y grandes empresas que tratan así de acaparar a los sujetos más proclives a sufrir adoctrinamiento y, como consecuencia, un condicionamiento...

sábado, 4 de octubre de 2008


"...Cuando un sujeto sueña, se acaban las pesadillas y la fantasía florece. Esto puede ser altamente subversivo, porque además de echar a volar la imaginación, borra las narrativas y da vuelta a los mapas, que quedan arrumbados en el fétido vertedero de los despojos..."

viernes, 3 de octubre de 2008

La Division Del Trabajo


La economía política se ha limitado siempre a comprobar los hechos que veía producirse en la sociedad y a justificarlos en interés de la clase dominante. Lo mismo hace con respecto a la división del trabajo creada por la industria: habiéndola encontrado ventajosa para los capitalistas, la ha convertido en principio. «Ved ese herrero de pueblo -decía Adam Smith, el padre de la economía política moderna-. Si nunca se ha habituado a hacer claves, a duras penas fabricará doscientos o trescientos diarios. Pero si ese mismo herrero no hace más que clavos, producirá fácilmente hasta dos mil trescientos en el curso de una sola jornada.» Y Smith se apresuraba a sacar esta consecuencia: «Dividamos el trabajo, especialicemos cada vez más; tengamos herreros que sólo sepan hacer cabezas o puntas de claves, y de esa manera produciremos más y nos enriqueceremos.» En cuanto a saber si el herrero condenado por toda la vida a no hacer más que cabezas de clavo perderá el interés por el trabajo; si no estará enteramente a merced del patrono con ese oficio limitado; si no tendrá cuatro meses de paro forzoso al año; si no bajará su salario cuando fácilmente se le pueda reemplazar con un aprendiz, Adam Smith no pensaba en nada de eso al exclamar: «¡Viva la división del trabajo! Y aun cuando un Sismondi o un J. B. Say advertían más tarde que la división del trabajo, en lugar de enriquecer a la nación, sólo enriquecía a los ricos, y que reducido el trabajador a hacer toda su vidä la dieciochava parte de un alfiler, se embrutecía y caía en la miseria, ¿qué propusieron los economistas oficiales? ¡Nada! No se dijeron que aplicándose así toda la vida a un solo trabajo maquinal, el obrero perdería la inteligencia y el espíritu inventivo, y que, por el contrario, la variedad en las ocupaciones produciría aumentar mucho la productividad de la nación. Si no hubiese más que los economistas para predicar la división del trabajo permanente y a menudo hereditaria, se les dejaría perorar a sus anchas. Pero las ideas profesadas por los doctores de la ciencia se infiltran en los espíritus pervirtiéndolos, y a fuerza de oír hablar de la división del trabajo, del interés, de la renta, del crédito, etcétera, como de problemas ha mucho tiempo resueltos, todo el mundo (y el trabajador mismo) concluye por razonar como los economistas, por venerar idénticos fetiches. Así vemos a gran número de socialistas, hasta los que no temen atacar los errores de la ciencia, respetar el principio de la división del trabajo. Habladles de la organización de la sociedad durante la revolución, y responden que debe sostenerse la división del trabajo; que si hacíais puntas de alfileres antes de la revolución, las haréis también después de ella. Bueno; trabajaréis nada más que cinco horas haciendo puntas de alfileres. Pero no haréis más que puntas de alfileres toda la vida, mientras otros hacen máquinas y proyectos de máquinas que permiten afilar durante toda vuestra vida miles de millones de alfileres, y otros se especializarán en las altas funciones del trabajo literario, científico, artístico, etcétera. Has nacido amolador de puntas de alfileres, Pasteur ha nacido vacunador de la rabia, y la revolución os dejará a uno y a otro con vuestros respectivos empleos. Conocidas son las consecuencias de la división del trabajo. Evidentemente, estamos divididos en dos clases: por una parte, los productores que consumen muy poco y están dispensados de pensar, porque necesitan trabajar, y trabajan mal porque su cerebro permanece inactivo; y por otra parte, los consumidores que producen poco tienen el privilegio de pensar por los otros, y piensan mal porque desconocen todo un mundo, el de los trabajadores manuales. Los obreros de la tierra no saben nada de la máquina: los que sirven las máquinas ignoran todo el trabajo de los campos. El ideal de la industria moderna es el niño sirviendo una máquina que no puede ni debe comprender, y vigilantes que le multen si distrae un momento su atención. Hasta se trata de suprimir por completo el trabajador agrícola. El ideal de la agricultura industrial es Un hombre alquilado por tres meses y que conduzca un arado de vapor o una trilladora. La división del trabajo es el hombre con rótulo y sello para toda su vida como anudador en una manufactura, vigilante en una industria, impeledor de un carretón en tal sitio de una mina, pero sin idea ninguna de conjunto de máquinas, ni de industria, ni de mina. Lo que se ha hecho con los hombres, quiso hacerse también con las naciones. La humanidad se dividirá en fábricas nacionales, cada una con su especialidad. Rusia está destinada por la naturaleza a cultivar trigo, Inglaterra a hacer tejidos de algodón, Bélgica a fabricar paños, al paso que Suiza forma niñeras e institutrices. En cada nación se especializaría también: Lyon a fabricar sederías, la Auvernia encajes y París artículos de capricho. Esto era, según los economistas; ofrecer un campo ilimitado a la producción, al mismo tiempo que al consumo una era de trabajo y de inmensa fortuna que se abría para el mundo. Pero esas vastas esperanzas se desvanecen a medida que el saber técnico se difunde en el universo. Todo iba bien mientras Inglaterra era la única que fabricaba telas de algodón y trabajaba los metales, mientras sólo París hacía juguetes artísticos podía predicarse lo que se llamaba la división del trabajo, sin temor alguno de verse desmentido. Pues bien; una nueva corriente induce a las naciones civilizadas a ensayar en su interior todas las industrias, hallando ventajas en fabricar lo que antes recibían de los demás países, y las mismas colonias tienden a pasarse sin su metrópoli. Como los descubrimientos de la ciencia universalizan los procedimientos técnicos, es inútil en adelante pagar al exterior por un precio excesivo lo que es tan fácil producir en casa. Pero esta revolución en la industria, ¿no da una estocada a fondo ala teoría de la división del trabajo, que se creía tan sólidamente establecida?